El gran río de la humanidad (II)

Las primeras civilizaciones nacieron junto a los grandes ríos: Sumer y Akkad en La Media Luna Fértil de los ríos Tigris y Éufrates; Egipto, en el gran oasis de las riberas del Nilo; China, en las orillas de los ríos Amarillo y Yangtzé; y Harappa y Mohenjo-Daro en el gran valle del Río Indo.

Pero esto no había hecho más que empezar. Y los ríos son muy buenos cuando están tranquilos en sus lechos. Pero se convierten en el peor de los monstruos de la Naturaleza cuando se enfurecen. Quizá habíamos ofendido a los antepasados. O quizá, simplemente, eran las grandes lluvias o los deshielos de la montaña. El caso es que cuando el padre río se desbordaba lo inundaba todo y acababa con todo: cosechas, pueblos, animales y con nuestra misma vida. Los más ancianos de todos los clanes contaban la historia de un gran diluvio que cubrió toda la faz de la tierra…

Otras veces el bondadoso río se dormía y se secaba. Daba igual que fuera por la falta de lluvias, el extremo calor o la cólera de algún espíritu. Sí, daba igual porque el resultado era igual de dramático: sequía, hambre, insectos, enfermedades, muerte. Habíamos adquirido sin darnos cuenta el sentido de futuro, de posesión y defensa de la tierra. Y nuestra mente ya no pensaba en infinitos horizontes sino en parcelas de terreno que había que cuidar y preservar.

Esta era la terrible paradoja: El río es bueno; pero a veces mata y destruye mi pequeño mundo. Pero uno de los nuestros recordó que generaciones atrás el lobo era nuestro enemigo. Por las noches bajaba en manada y se llevaba niños y ancianos. Hasta que un día conseguimos domesticarlo. Y ahora algunos lobos vivían junto a nosotros y nos ayudaban con el ganado y con la caza ¿Y si consiguiéramos domesticar al río? Los niños juegan junto a la orilla excavando pequeños cauces por los que luego corre el agua ¿Y si hiciéramos lo mismo? ¿Por qué viene la furia de la riada? Porque el río viene tan lleno que su cauce no puede contenerlo ¿Y si le diéramos más cauces?

Esa noche aquel hombre nos contó sus pensamientos. Y a todos nos pareció bien el intentarlo. Pero, la verdad, era una gran obra que requeriría la participación de todo el grupo, porque había que hacer lo mismo que el niño hacía con sus pequeñas manos, pero a una escala gigantesca. Trabajaríamos todos juntos, pero necesitábamos a alguien que nos dirigiera ¿Y quién mejor que el ideólogo? Cuidadín, cuidadín, porque aquella noche no sólo nos inventamos la domesticación de los ríos, sino también la autoridad… ¡Vaya, hombre!

Aquello ocurrió en Sumeria, al sur de Mesopotamia, hace unos 7000 años. Y el protagonista fue el río Éufrates. Trabajamos duro durante muchos meses excavando un montón de cauces perpendiculares al río. Los hicimos hacia el norte del poblado, por donde veíamos bajar las destructivas riadas. ¡Y lo logramos! Cuando el río bajó con la fuerza del diluvio lo vimos desparramarse por todos aquellos canales que habíamos hecho y su cólera se amansó. Habíamos salvado el pueblo y las cosechas. Y el que había tenido la idea y nos guió durante los trabajos se convirtió oficialmente en nuestro primer jefe.

Pero aquel día descubrimos algo más que revolucionó nuestra historia. Porque gracias a aquellos canales hechos por nosotros no solamente podíamos amansar al río, sino también domesticarlo, como hicimos con el lobo. Por nuestros cauces artificiales podíamos llevar el agua hasta donde quisiéramos. Podíamos crear más tierras de cultivo y podíamos almacenar agua para las épocas de sequía. Sí. Habíamos inventado el riego. Y el primer Gobierno. Y cuando aquel hombre que nos salvó de las riadas y de las hambres murió, no quisimos que nos abandonara nunca; por eso se convirtió en Anu, uno de nuestros primeros dioses. Y gracias al riego, nuestro pequeño poblado empezó a crecer y muy pronto se convertiría en la primera ciudad de la Historia de nuestra Humanidad. Y le pusimos nombre: Uruk, La Siempre Regada.

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