En Tebas fui a ver al Dios Vivo de la Tierra de Egipto, al Faraón Senusert I, y le conté todo lo que había visto: “Mi Señor –le dije-: En los palacios y en los templos de Tebas creen que el Nilo ya no es salvaje. Pero a los palacios y a los templos nunca llega la violencia de la riada ni la crueldad de la sequía. Ni tampoco los lamentos de los que sufren. Por eso he recorrido todos los pueblos y aldeas de las riveras del río y he descubierto la gran ansiedad e incertidumbre del pueblo. Porque los grandes canales de riego y desagüe están en Tebas y sus ciudades próximas. Pero la gran mayoría de los pueblos de Egipto siguen temiendo al Nilo más que el pastor a los chacales”
Senusert, El Hijo Amado de Rá, me preguntó: “¿Y tú qué harías?”
Yo le respondí: “Hay que domesticar el río, mi señor. Enviar arquitectos que enseñen a los pueblos a construir los canales de riego y de desagüe y poner “Jefes de los Canales de Riego” que organicen los trabajos entre los campesinos. Pero, antes de todo esto, hay que establecer una gran red de mensajeros del Faraón, que desde la catarata de Abu avisen a los pueblos de las crecidas y de las sequías, para que estén preparados y no sufran los daños que sufren”
Mi señor Senusert me nombró entonces “Jefe de Riego del Bajo Egipto”. Y con la sabiduría que aprendí de mi padre y la experiencia de mis viajes empecé a trabajar para que el Nilo fuera fuente de bendiciones para todos los hombres de Egipto.
Mi primer cometido fue crear la gran red de mensajeros que desde Abu hasta Tebas anunciaban con toda rapidez cuándo el río bajaba crecido. Así salvé la vida de muchos campesinos y animales. Y lo más importante, les quité la incertidumbre permanente que los convertía en seres sin futuro. También cavé pozos junto al río en los cuales coloqué estacas para medir el nivel del agua y les llamé Nilómetros. Gracias a ellos, los vigilantes de Elefantina apreciaban la subida del agua mucho antes de que esta se produjera.
Inmediatamente después construí diques, presas y cientos de canales que desembocaban en grandes lagos artificiales en Abu, Kom, Edfu, Hieracómpolis y Kab. Así, cuando la furia del Nilo llegaba, se iba amansando desviándose hacia esos lagos, que pronto se convirtieron en hermosos humedales donde anidaban los ibis y donde el agua se almacenaba para las épocas de sequía. Puse entonces jefes de diques, presas y canales cuyo cometido era que éstos se mantuvieran siempre en perfecto estado. Además, instauré tribunales de aguas en los lagos que se encargaban de distribuir el riego a los nuevos y productivos campos que junto a ellos nacieron.
Así, en dos años, acabé con las terribles y mortales inundaciones que devastaban continuamente el sur de la Tierra de Egipto. Y mi señor Senusert I me colmó de alabanzas y riquezas y me dio a su hija Neferu como esposa. Además, me concedió los títulos de “Gran Amigo del Rey, Gran Conocido del Rey, Amado Servidor del Rey y Amado Esposo de Neferu, hija amada del Rey”
Pero sólo había cumplido la mitad de mi plan, que era dominar las inundaciones. Ahora me quedaba la segunda parte de mi obra: acabar con las sequías crónicas de la tierra media entre Tebas y Kom.
Lo primero que hice fue construir grandes canales junto al río. Pero como el nivel del suelo era mucho más alto, coloqué junto a ellos cientos de elevadores de agua manejados por funcionarios y norias giradas por bueyes. Pero además construí la mayor obra de ingeniería que había visto la tierra hasta ese día: Un gran trasvase que llevaba el agua desde los grandes lagos artificiales hasta las tierras más remotas. El principio era tan simple como hermoso: Llevar el agua por los canales desde la cabecera de la catarata hasta los lagos y desde allí, también por canales, hasta los desiertos del interior. Tardé cinco años en construirlo y empleé a cinco mil campesinos. Pero hoy el desierto es un vergel. Y lo más importante, el trasvase unió a los habitantes de la región con un mismo corazón y un mismo espíritu.
Mi nombre es Sanehet, El Hijo del Sicómoro. Libré a mis hermanos de morir de sed y de morir ahogados. Y la dulce y pacífica agua del Nilo unió a los hombres de Egipto.